¿Acaso no hay nada más abrumador que el avance imparable del
tiempo?
Esos segundos, metamorfoseándose en ideas, pasiones,
suspiros, miedos y demás. Esos segundos que
al cabo de un puñado, que se escurren entre los dedos, son llamamos minutos;
los cuales se cubren con capas de silencio, con tonalidades de soledad, con
marcas de hastío.
¿Acaso no hay nada más abrumador que los implacables
estragos del tiempo? Marchitando pieles,
horadando memorias, agrietando voluntades, evaporando sueños...
¿Acaso no hay nada más abrumador que ver avanzar al
segundero con su paso incansable y cómo va dejando tras de sí efectos que se
tornan causas, que a su vez se tornan recuerdos que no saben que serán
modificados por las arenas del tiempo?
¿Acaso no hay nada más abrumador que el tiempo? Que con su
paso va arrasando, trayendo calmas y tempestades, fracturando realidades.
¿Acaso no hay nada más abrumador que el tiempo? Con su
segundero demarcando el presente que no es más que el pasado disfrazado; con su
manecilla trazando el orden del caos, los mapas del olvido, los laberintos de la soledad, las espirales del vacío.
Por eso, mientras el tiempo nos va dejando atrás, a veces me
gusta contemplar el reloj de arena hasta que el último grano cae e imaginar que
el tiempo se ha detenido, que no avanza pero yo sigo ahí, en el umbral entre el
pasado y el futuro, y sin tiempo.
1 comentario:
No puedo explicar porque me gusto tanto este escrito.
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