Maldito y recontramaldito sea este pavor que le tengo a las
sombras, al grado de quedar inerme y congelado al ver cuando una sombra se
aproxima a mí; todo esto a raíz de unos sucesos ocurridos hace tan sólo una
semana. Tan es así que ahora cuando percibo mi sombra, el simplemente verla, me
hace empezar a correr tratando de huir de los recuerdos de aquellos hechos que
presencié y en los que se vio involucrada mi, hasta ese entonces, tranquila
sombra. En cuanto me percato que hay sombras extrañas, trato de huir presa del
pánico provocado por imágenes tan vívidas que aún no puedo desterrar de mi
memoria, trato de huir con tanta desesperación así como huyeron del exterminio
tantas y tantas personas en las guerras desde los antiguos imperios hasta las
actuales sangrientas guerras igual o más crueles. Sin embargo, el ser humano
puede huir de todo menos de sus recuerdos.
Pero bueno, seré breve en la descripción de estos sucesos ya
que estos asfixiantes recuerdos todavía siguen frescos y la locura no ha
terminado por embriagarme totalmente.
Hace una semana regresaba a casa de un día monótono de
trabajo a eso de las 10 de la noche. Al bajar del camión transité por la ruta
de años conocida, no sabía que algo inusual me esperaba. No sabía que en la
calle que estaba a punto de empezar a recorrer y en la cual me había percatado
que ese día estaba bajo un halo inusual de oscuridad, habrían de acontecer
eventos que servirían de umbral para la paranoia y cuna de la creciente locura.
Preferí no circular por la banqueta y hacerlo por media calle, ya que era por
dónde se presentaba una mejor iluminación suministrada por la Luna y algunas
casas y postes con luminarias alrededor que me permitiría caminar sin riesgo de
tropezar. Ya llevaba unos metros recorridos cuando sentí que detrás de mí
alguien caminaba, digo alguien y no algo porque todavía no creía en presencias
extrañas. Todo empezó ahí, la luz a mi espalda proyectaba frente a mí, la
sombra que siempre me ha acompañado, pero también proyectaba otra sombra, a mi
costado derecho, que parecía quería darme alcance. Una sombra que mi vista
percibió como si se estuviera estirando. Por un momento pensé que podría
tratarse de alguien que quería asaltarme así que giré rápido sin encontrar
persona alguna que fuera dueña de esa sombra, la presencia se había esfumado.
Por un momento pensé que el cansancio me había jugado una mala pasada al
hacerme alucinar, así que continúe mi camino. Al haber avanzado unos metros
más, volví a sentir la presencia de la sombra, ésta se lanzó sobre mí, hasta
ese momento, impávida sombra. Me tiré al suelo pensando que alguien se
abalanzaba sobre mí, pero nada, no había nadie, ah pero esa sombra, ¡ahí estaba
forcejeando con mi sombra! Mi sombra no seguía mis movimientos, yo la
contemplaba desde el suelo. Veía como quería huir, soltarse de la sombra de la
presencia, sin poderlo lograr ya que estaba atada a mis pies. Mi sombra no
podía separarse de mí. Este hecho hizo que volteara a ver la parte de los pies
de la sombra, de esa malévola presencia. Me di cuenta que la sombra se estiraba
desde la oscuridad que residía entre un árbol y un auto a unos metros de ahí a
donde no alcanzaba a llegar la iluminación proporcionada por la luminaria más
cercana. Saqué fuerzas de lo más profundo que hay en mí, tal vez saben a qué me
refiero, cuando el miedo te aterra pero no te deja caer y no te permite darte
por vencido. Así que ubicando la luminaria más cercana a mí pero más alejada
del punto de origen de la presencia, traté de dirigirme a ella, primero
arrastrándome, hasta que pude ponerme de pie y correr con mi sombra delante de
mí como si fuese ella quien tuviera más prisa por llegar al área bien iluminada
bajo el poste. Una vez que llegue al sitio bien iluminado, me quedé atónito al
ver como esa maldita sombra trataba de alcanzarme estirándose todo lo que podía
y tirando manazos, manotazos y arañazos, sin poderlo lograr. Saltando entre los
intersticios cubiertos por la oscuridad no conseguía acercarse, parece que eso
le irritó más, ya que sus intentos se tornaron más frenéticos hasta que con el
tiempo se apaciguaron y terminó alejándose. Una vez que esto pasó, corrí, corrí
raudamente a mi hogar, tratando de evitar en mi travesía toparme con sombras
oscuras, no temiéndole a las sombras tenues sino a las realmente oscuras como
la noche, totalmente oscuras como la presencia.
He tenido algunos encuentros más con esa sombra pero ninguno
tan aterrador como el primero que aquí he descrito aunque debo remarcar que un
par de días después, al verme abrumado por esa presencia sin poder correr,
desesperado alcancé a sacar el celular y con la lámpara del mismo herirla, digo
herirla porque vi cómo se sacudió cuando proyecté la luz sobre ella alejándose
despavoridamente. A partir de aquí he visto cómo en cuanto me cobijo con luz
alrededor de mí, esa sombra se marcha iracunda, temblando como si la rabia la
consumiera. Ahora cargo siempre con un montón de aditamentos que me permiten
iluminar los lóbregos senderos por donde he de transitar cuando percibo que esa
sombra se aproxima.
Hago todo lo posible por no volver a estar presente en
sitios similares a aquel donde mi aciaga suerte conoció su destino, de hecho,
ya no camino por esa calle sin importar siquiera si es de día o de noche. Tengo
el celular configurado para que con un movimiento brusco encienda la lámpara
con bastantes lúmenes para poder ahuyentar a la presencia, cargo también
baterías externas, lámparas pequeñas, de led, con batería y sin batería, todo
un arsenal lumínico... así intento sobrevivir.
Nadie me cree, nadie, piensan que es broma, que es mi
imaginación. Espero ninguno de ustedes pase por esto, realmente lo espero.
Es terrible cuando la oscuridad te sigue.