viernes, mayo 25, 2018


CAPÍTULO 1

Desde hace años me diagnosticaron una extraña enfermedad en la piel. Una especie de hipersensibilidad a la luz del Sol, no había día que no gritara: ¡Maldita luz ultravioleta!
De niño y aún en la etapa de juventud, tenía que estar siempre bien abrigado, con guantes, utilizar bloqueadores solares especiales, antihistamínicos y una larga lista de medicamentos que aunque se suponía debían ayudarme, iban menguando mi salud de una forma lenta pero severa. Aunado a ello, las burlas tan hirientes en la etapa de la niñez ocasionaron un aislamiento extremo de mi ser, hasta el punto de a veces no salir en varios días y solo estar acompañado de los ecos de mi silencio. Este aislamiento se extendió hasta después de la adolescencia dejándome una marca de hastío de la vida.
Por un tiempo, los médicos pensaron que tenía una especie de xerodermia o inclusive enfermedades más extravagantes de la piel. Dermatólogos me examinaron en incontables ocasiones, hasta que un grupo de especialistas después de estudios más extensos llegaron a la conclusión, aunque no mostrándose convencidos, de que tenía un caso muy extraño dentro de una enfermedad muy extraña denominada porfiria en la que se presentaba un exceso de proteínas del mismo nombre que al acumularse en mi piel y verse afectadas por la luz solar destruían parte de mis tejidos a tal punto de sentir que me quemaba. Pero eso no era todo, estas porfirias al reducir drásticamente la hemoglobina en mi sangre, producían una increíble palidez que resaltaba mi ya de por sí tono de piel tan blanco, dándome un aire de envejecimiento prematuro. Además de esto, la reducción de hemoglobina me provocó anemia y como no me exponía a la luz solar también tenía una severa falta de vitamina D, por lo que mi porte era cansino sin mencionar los recurrentes terribles dolores musculares de los que era prisionero.
 De aquí se explica mi deambular por las noches en una vida nocturna forzada. Aunque mis medicamentos incluían hierro, dosis de la enzima hematina que funcionaba como catalizador para regular mis niveles de glóbulos rojos y fármacos adicionales, tenía  también que seguir una estricta dieta en la que evitaba alimentos como el ajo y otros que afectaran el proceso de coagulación de la sangre.  Admito que me sentía perdido aunque eso sí, había aumentado un poco más mi vida diurna.

Una noche, al deambular por algunos bares de la zona centro de la ciudad me topé con una chava de aproximadamente 25 años que dijo llamarse Ángela, por azares del destino (o por casualidad-coincidencia, para quien no crea en la palabra destino) ahí estábamos, los dos platicando, hasta que la alarma de mi celular alertó que debía regresar a casa, apenas tenía tiempo de llegar antes del amanecer, amanecer que el Instituto de Meteorología había indicado con precisión en los últimos años. Mi forma de reaccionar al ver la hora fue casualmente igual que la manera de reaccionar de Ángela. Nos despedimos, intercambiamos números de celular y partimos raudamente cada quien siguiendo su camino.
Días después nos volvimos a ver, qué placentero es encontrar a alguien con tus mismos prejuicios. En esa ocasión, tal vez por la confianza que se había generado rápidamente, ella me confesó que en un par de años cumpliría medio siglo de vida, al ver mi rostro incrédulo (se veía de 25), no pudo decir otra cosa más que se le había subido el alcohol en la sangre. Solo se había tomado una cerveza. Por un momento me vino a la mente, que yo tampoco tomaba mucho debido a mi condición. La charla continuó de forma amena, sin contar ese incidente.
Algo pasó la siguiente ocasión que nos vimos, el final de la noche se desencadenó con una avalancha frenética de besos que nos transportaron a su departamento. Con la pasión desbordada, nos terminamos de desvestir ya en el lecho de la lujuria y ahí una y otra vez, mi miembro erecto la penetró, fundiéndonos en uno, a punto de estallar y con la respiración entrecortada, nos miramos a los ojos al momento que una explosión de energía nos cubrió. Transcurrieron algunos minutos cuando me percaté de la hora, tenía que huir. Estaba a punto de salir el Sol. Me despedí pidiéndole disculpas por la manera impertinente en que me retiraba prometiendo explicarle después. Tomé un uber tratando de llegar pronto a casa sin conseguirlo, por lo que al día siguiente aparecieron  las marcas que el Sol solía dejarme como recuerdo cuando salía de mi rutina nocturna.
Ya en la tarde del día siguiente, cavilando, me percaté que nuestros encuentros habían sido nocturnos, yo tenía esa restricción, ¿pero ella? ¿Por qué no había propuesto que nos viéramos de día? Las sospechas se apoderaban de mí. Todo tendría que quedar aclarado la siguiente vez que nos encontráramos.
Un par de días después, nos volvimos a encontrar, después de un rato de charla y accidentalmente revelarse una de mis marcas, ella me comentó, de una forma bastante expresiva: ¡Yo porto la maldición que tú también cargas en tu aciago sino! Al yo quedar anonadado, me llevó a la única luz del Sol que no me lastimaba, la reflejada por la Luna y me mostró pequeñas marcas similares a la mía pero ya prácticamente indistinguibles, afirmando que eran del día que nos conocimos. Impresionado quedé, yo nunca sanaba tan rápido de esas quemaduras.
23 años han pasado desde la primera vez que probé la sangre, con esas palabras crudas comenzó a relatarme su historia. Un halo de juventud me ha acompañado desde entonces. La piel agrietada y pálida, los dolores musculares, las quemaduras, todo se desvanecía al aprovechar la enzima hematina presente en la sangre que bebía algunas veces al mes. Al cobijo de la noche caminamos y caminamos, siempre con música rock de fondo en nuestros celulares, hasta llegar a un rincón donde la pasión se desbordó, con un poco de sangre de por medio, nuestro encuentro sexual de ese día fue una erupción de sangre y energía que enmarcó el momento. El sexo tuvo un matiz diferente, el placer exponencial al involucrar un poco del elixir de la vida hizo cimbrar nuestras almas.

Algo había cambiado, aunque no teníamos colmillos afilados, aunque nuestros reflejos en el espejo seguían presentes solo que menos pálidos, aunque eramos una especie de "vampiros" modernos (o tal vez solo éramos la expresión del nacimiento del mito vampírico), algo había cambiado...

CAPÍTULO 2

Si bien preferíamos comprar sangre en bancos, el sabor de la sangre era distinto cuando se extraía de una vena y cuando se extraía de una artería. Al final de cuentas, dentro de la perfección de la imperfecta máquina humana, el hígado y demás organismos cumplen con su función.

... Continuará

No hay comentarios.: