¡Se sintió horrible! Por un momento pensé que sería mejor
que pudrirse lentamente, que desvanecerse como presa del tiempo en un cajón de
madera, pero no. Al principio todo marchaba bien, inmóvil, rígido, hasta que la
temperatura empezó a aumentar, de por sí nunca fui bueno para soportar el
calor, pero no me imaginé que esto fuese así, ¿qué podía pasar? Al fin y al
cabo ya no sentía nada.
Sin embargo, la agonía empezó a abordarme, el calor provocó
que despertara del sueño eterno al menos por un instante, eso sentí. Golpeé,
golpeé muy fuerte y desgarré mi garganta tratando de ser escuchado, gritando
que me sacaran, que detuvieran el fuego, pero nada. Sentía que el sudor me
empapaba tanto como el miedo, esto era lo más parecido al infierno y la
temperatura no dejaba de aumentar, parecía como si cada segundo ahí fuera el
equivalente al aumento en un grado centígrado.
El olor no lo olvidaré, si es que llego a recordar algo
después, si es que llego a recordar algo ya estando en otro lugar, en otra
vida, uno nunca sabe. La piel me empezó a quemar tanto que quería arrancarla,
pero me aterraba más ese olor a carne quemada, ese hedor, me provocaba tantas náuseas
y sentía la garganta tan cerrada que me estaba asfixiando, ¿pero cómo?, ¿acaso
era posible eso? Mi piel hirviendo me hacía delirar, todo lo que había sudado,
el humo en el que se convertía mi piel. No tenía sentido ya pensar, nada que
pensar. Solo ese sofocante calor que derretía mi piel y mis esperanzas, mis
sueños, que derretía todo, todo lo que alguna vez creí que era.
¡Sentí una sacudida! Una conmoción.
De repente abrí los ojos, como sintiendo que volvía a
despertar, recuperando el aire para respirar. Desconcertado, vi a esa mujer
aterrada en el rincón de la habitación, afónica de tanto gritar, con los ojos
llenos de miedo, llorando. Ella era la psiquiatra que me estaba atendiendo, era
la persona que me había hipnotizado, que intentaba recuperar mis recuerdos, la
persona encargada de mi regresión. Nunca se percató que me hizo recordar más de
lo permitido.
Fue el olor de mi piel después de la cremación lo que le hizo
perder la razón, ese olor que se extendió por todo su consultorio. Ese olor y
sobre todo el humo que nuevamente salía de mi piel, ese humo que me hizo
recordar de nuevo lo que antes fui. Ese olor y ese humo que enmarcaron mi
final.
La alarma de humo estaba sonando.