miércoles, octubre 11, 2017

LA EJECUCIÓN


Llegó el amanecer y con él el fresco despertar. La luz se asomó y saltó entre los barrotes de las celdas, como intentando escapar. El aire frío enmarcaba lo que habría de suceder ese día en el que el destino espera su hora. Después de todo, era momento de cumplir la sentencia. No pasó mucho tiempo para que se abriera la celda, caminé paso tras paso escuchando el eco que trataba de escapar de las paredes. Ahí estaba al final del pasillo acompañado de un silencio que hacía retumbar mis más lóbregos pensamientos, para después girar hacia la izquierda, subir unos cuantos escalones, no los conté, los nervios se iban apoderando de mí. Llegando al final de la escalera, todo se oscureció por un instante, una tela cubría mi cabeza, solo podía ver a través de unos orificios. Un instante después se abrió la puerta para salir al patio donde sucedería lo inevitable. Lentamente como en un peregrinar aciago, cada paso me fue guiando al cadalso, hasta sentir que ya estaba ahí, junto a los últimos escalones que habría de subir antes de que se cumpliera la ejecución. ¡Silencio! Gritó el juez a la multitud.
Esa fue la orden para comenzar a ascender, lentamente, cada peldaño recorrido era como una eternidad fugaz, como los granos de un reloj de arena demarcando los últimos instantes, ya estando en el cadalso, escuché las últimas palabras del juez:
Coram deo, coram populo...
frente a un pueblo inmóvil, impávido, se escuchó:
Dies irae, a divinis ad aeternum

El juez dio la vuelta, era el momento, era la señal, lo sabía. El susurro de la muerte estremeció mi piel.

Pensé:
Al final de cuentas, soy el verdugo.
Así que tomé el hacha, la elevé rasgando los cielos para en un instante, impulsado por el griterío temeroso pero iracundo, dejarla caer cortando todo a su paso, cumpliendo la sentencia.

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